Sabía que el viaje era largo, pero hacía una hora me había telefoneado para decirme que le quedaban cuarenta y cinco minutos para llegar. Así que me dispuse a preparar el terreno.
Llené la bañera con espuma y sales perfumadas a jazmín, su flor favorita. Quería que, nada más entrar por la puerta, sus sentidos se pusieran a funcionar a mil por hora, llevaba mucho tiempo esperando aquel momento y no quería que nada fallara.
De buena gana me hubiera puesto un camisón, pero tampoco quería parecer desesperada, aunque por dentro estuviera derritiéndome como la mantequilla al sol, y mi sol era él junto con su recuerdo y las ganas de tenerlo a mi lado. Con los años se había convertido en una droga para mí y tenía que convivir con el mono la mayor parte del tiempo. Pablo era un espíritu libre, con una rebeldía capaz de desquiciar al alma más pura y su osadía traspasaba límites insospechados.
-Necesitas un hombre que sea constante, que te haga feliz, quieres un hogar con hijos y un perro –recordé sus palabras la primera vez que estuvimos saliendo. La relación duró cuatro años, el máximo que él ha estado con una mujer y me hizo ver que nuestras vidas llevaban caminos separados. Sin embargo, no pudimos dejar de amarnos y desde la ruptura, por muchas mujeres que pasaran, él volvía a buscarme. Por mi parte, ningún hombre consiguió borrarlo de mi mente y mis sueños.
Durante muchos años Pablo fue una constante invariable en mi vida. De vez en cuando me llamaba cuando quería verme y yo hacía lo mismo, pero desde que yo estaba saliendo con Jorge, no le había llamado nunca aunque esperaba con fervor oír la voz de Pablo para decir que necesitaba estar conmigo.
Esa llamada la había recibido una semana antes. Mi corazón estalló más fuerte que una bomba de relojería cuando oí su voz y desde ese día sonaba como el tic tac de una cuenta atrás. Mis extremidades temblaban, me mordía los labios inconscientemente si pensaba en él y mis ojos se perdían en rememorar cada rincón de su cuerpo.
Escuché el rugido de una moto y conocía muy bien ese rugido que anunciaba la llegada Pablo, aflojó la marcha hasta que solo escuché un ronroneo que me hizo estremecer. Un cosquilleo recorrió mi interior hasta acabar concentrado como una algarabía de quinceañeras.
Oí el toque de sus nudillos en la puerta. Me quedé al otro lado, hice tiempo mientras me consumía por dentro. Escuché la segunda llamada y seguí quieta, concentrándome en respirar de forma relajada, aunque de súbito la temperatura de mi cuerpo había subido y me tenía asfixiada. La tercera llamada de sus nudillos, cada vez más acelerados, me hizo reaccionar. Abrí la puerta y ahí estaba, de pie con la chupa de cuero desgastada en algunas zonas, con unos vaqueros y una camiseta cualquiera. Su pelo en los últimos meses se había cubierto de canas, si es que eso era posible, y sus ojos de perro viejo mostraba una ternura que solo era comparable a la lujuria con la me miraba el escote.
-Perfecto –pensé-, este escote en pico con encaje nunca falla, al menos no he tirado el dinero al comprarme este vestido.
Su sonrisa retorcida me dejó sin aire y cuando me miró a los ojos suspiró avanzando hacia mí. Di unos pasos atrás, entró rozando mis pechos con la cremallera de su chupa y con su espalda pegada al marco de la puerta. Nuestros ojos estaban enzarzados y mis labios respondieron a su sonrisa.
-Lástima que tenga que acabar en la basura –dijo con su voz vibrando en el recibidor.
-¿El qué?
-Este vestido –dijo cogiendo con la suavidad de sus dedos el tirante y acariciando mi hombro. Cogió el otro tirante y los bajó a la vez, bajó al filo del escote y mis pechos que se erizaron en el acto.
Me creí desfallecer cuando me besó el hombro y subió por el cuello. Cerré los ojos. Sentí que sus brazos rodearon mi cintura evitando que me callera. Le rodeé el cuello con mis brazos que no querían dejarlo marchar nunca más. Oí cómo se cerraba la puerta. Quería alargar el momento, retenerlo el mayor tiempo posible. Jorge había salido de viaje de negocios durante tres días, así que no había prisa.
-La cena está en la mesa –murmuré sintiendo que sus labios se impacientaban-, se va a enfriar.
-Pues yo la noto caliente –susurró en mi oído mientras su mano se deslizaba por mi trasero y lo palpaba-, está en su punto idóneo –su otra mano acarició mi cadera y bajó hasta el final la falda, volvió a subir entre mis muslos. Sus dedos abrieron la fruta de la pasión que palpitaba de júbilo. Recorrió cada pliegue y hendidura de aquel majar que se sorprendía de cuánto le había añorado-, y se me hace la boca agua al recordar el sabor de este aperitivo.
Mis labios buscaron con urgencia los suyos y ya nada importó más. Esos tres días fueron la mejor recompensa por los últimos meses de espera. Disfrutamos retozando en cualquier lugar de la casa y a cualquier hora. Me despertaba en mitad de la noche con la firmeza de su sexo contra mi nalga. No usamos ropa ni para cocinar y la mejor superficie donde comíamos eran nuestros cuerpos.
Me dejó en la cama, dormida y se marchó con el sigilo de un gato. Sentí como si me dieran una patada en el estómago y supe que tenía un problema serio con las drogas, con mi droga personal… El mayor problema es que yo era feliz teniendo mi dosis cada equis tiempo y en ningún momento pensé en desengancharme.
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