Iluminé alrededor. Había muchos utensilios, casi todo tinajas de barro, barriles de madera, muebles y sillas rotas, barras de hierro oxidado y tablones, apilados contra una pared. El resto, herramientas, colchones, aparejos del jardín y demás trastos, se mezclaban por doquier. El suelo era de cemento, del techo colgaban ganchos de carnicero, algunas cuerdas y una bombilla rota sujeta a un cable. Iluminé un rincón donde, escondida por un muro de ladrillo, había una escalera que subía. Al aproximarme, descubrí que la mayoría de los peldaños de madera estaban partidos y que al final había una trampilla cerrada. Desde arriba yo la había pasado por alto.
Cuando ya me había dado por vencida algo, debajo de la escalera, captó mi atención.
-¡Eneri! –Grité lanzándome a socorrerla- ¡Despierta! –la zarandeé sin obtener respuesta. Su cuerpo yacía en el suelo. El pelo se asemejaba a las zarzas del prado, el rostro y sus ropas estaban manchados de tierra, además su pierna descansaba en una postura forzada.
-Todavía tiene pulso –pensé tocando su muñeca fría-. Te pondré mi cazadora. ¡Aguanta, por favor! –supliqué.
Continué con aquel monólogo. Tenía la esperanza que se despertara. Después de acomodarla me dispuse a salir de allí para buscar ayuda, pero la noche había caído. No me podía marchar y perderme en el hayedo justo cuando la había encontrado. Regresé junto a Eneri. Comprobé una vez más su pulso y escuché el latido tenue de su corazón. Me acurruqué a su lado para darle calor. Apagué la linterna.
Dormité a ratos durante la noche. Cuando me despertaba encendía la linterna para comprobar que Eneri continuaba estable, hasta que me pudo el cansancio.
Entre sueños oí un silbido lejano.
-Ya está aquí –gritó de pronto Eneri-. Vete, corre hasta tu casa o te hará daño como a mí.
-No pienso dejarte aquí –aseguré.
-Tengo la pierna rota –dijo-. ¡Huye!
Tenía razón, yo sola no podía sacarla de ese lugar.
-Volveré.Continuará...
Nota: registrado en la Propiedad de la Inteligencia.
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