Antes de empezar a enumerar los diferentes amantes que he tenido creo que debería hacer un resumen sobre cómo funciono, mis preferencias y contar a grandes rasgos mi relación con los demás.
Los dormitorios de matrimonio suelen tener armarios dobles, una mitad para ella y la otra para él, en mi caso tengo una mitad para mi ropa, que me gusta renovar cada temporada, y lo otra es del hombre que llevo dentro donde guardo vibradores, condones, lencería para todos los gustos, lubricantes, esposas, fustas, falos de diversos tamaños y clases, disfraces de todo tipo… Ese es mi rincón favorito del piso. Cuando estoy estresada o tengo un rato libre abro de par en par el armario y elijo el juguete o juguetes con los que más me apetece pasar el rato.
Cuando la ocasión es propicia, y el hombre que me acompaña está de acuerdo, uso mis juguetes con ellos, pero como la mayoría son amantes de paso no procede ni siquiera el intercambio de teléfonos o la frase de cortesía: te llamaré.
Una tarde de otoño en la que estaba aburrida me quedé en la cama acompañada por mis juguetes. Estaba con el fabuloso conejito retozando por segunda vez desde que lo compré. La humedad descendía hasta las sábanas. La rotación del aparato acariciaba las paredes de mi cueva, sentía las perlas girar dentro de mí y la vibración iba en aumento. El conejito atrapaba con sus orejas mi botón mágico hinchándolo por momentos. Jadeaba, tenía los ojos cerrados para concentrarme en cada sensación, en cada convulsión de mi cuerpo y en los pellizcos que mi otra mano daba a los pezones. La piel estaba impregnada de sudor, las caderas se elevaban con cada embate y las piernas estaban en tensión. Puse al máximo la capacidad del conejo. Arqueé la espalda ante la proximidad del éxtasis. Los jadeos se convirtieron en gemidos ahogados. Apreté con fuerza mis pechos al sentir que iba a explotar. Grité al sentir el orgasmo, me retorcí y convulsioné como si estuvieran estrujando mi alma como un papel.
El placer fue decayendo, mis extremidades empezaron a relajarse, a la vez que los gritos volvieron a ser jadeos. Estaba deleitándome con las últimas sensaciones del éxtasis, sin pensar en nada, saboreando esos instantes de felicidad cuando llamaron al timbre. Resoplando al borde del cabreo me puse una bata de satén y abrí la puerta, era Sara, mi mejor amiga.
-Te he pillado durmiendo –dijo al verme el pelo revuelto y en bata.
-No, estaba con mi vibrador –contesté dejándola entrar y con un gesto que quería decir: eso es mucho peor.
-Lo siento –dijo cortada por mi contestación. Su expresión se volvió lozana y entró-. De eso venía a hablarte. Tengo que escribir un artículo sobre juguetes sexuales y las preferencias de los consumidores, así que venía para hacerte una especie de sondeo.
-Me alaga que hayas pensado en mí –dije con sinceridad y una amplia sonrisa picarona.
-No conozco a nadie con menos tabúes y que le guste tanto este mundo como a ti.
-Ven conmigo, te voy a enseñar mi paraíso –dije cogiéndola de la mano.
La llevé a mi dormitorio que tenía las sábanas revueltas y el conejito todavía estaba sobre la cama. Sara lo vio, pero no dijo nada. Abrí el armario y los ojos de Sara refulgieron con una sonrisa de ilusión. Pasamos horas hablando de ellos y para lo que los usaba. Cuando publicó su artículo, que apareció en portada, me regaló el que es actualmente mi vibrador favorito. Es un llavero del tamaño de un dedo meñique, plateado, con estrías y tiene mi nombre grabado, lo llevo junto con las llaves de casa porque no parece un vibrador y en más de una ocasión me ha servido para gozar fuera de casa sola o con compañía.NOTA: Derechos de autor reservados.
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