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miércoles, 17 de agosto de 2011

La tortura del fantasma (Parte II)




Él era seguidor de los combates de boxeo que televisaban -continuó narrando Tina-, así que, cuando me pegaba decía en tono jocoso que yo era un esparrin pésimo, pero que como no tenía otro seguiría entrenando conmigo hasta que fuera una buena esposa. No obstante, por la mañana se disculpaba y besaba los moratones mientras lloraba como si fuera un niño, así que ambos nos perdonábamos y prometíamos no volver a cometer nuestras faltas. Vivíamos en este pueblo donde, por aquella época era la mitad de pequeño y, todos los vecinos nos conocíamos o éramos familia. Tanto mis padres, como los suyos, no veían bien que me pegara, pero… ¿cómo vas a separarte?, decían cuando traían comida a casa porque yo no podía salir con el ojo morado, el labio partido o la sombra de los dedos de Gregorio ajustados a mi cuello como si fueran una gargantilla. Tengo un hermano soltero que vivía en el extranjero y viajaba de un lado para otro, y no conocía la situación. Gregorio era hijo único y poco a poco fue separándome de mis amistades. Lo único que me quedaba era la resignación. ¿Qué otra cosa podía hacer? Viví creyendo que yo no valía nada, sólo era una mujer, mi deber consistía en no provocarle y ser un ama de casa que disfrutaba complaciendo a su marido.
-Nunca pensaste en abandonarle –interrumpió el doctor.
-Todas las mañanas, cuando él se marchaba a trabajar, yo hacía las maletas y le daba vueltas a la cabeza: dónde voy, qué haré, rumiaba con la mano agarrando el picaporte de la puerta, ya no llego a coger el autobús de las diez; qué pensarán mis padres, qué dirán los vecinos, pensaba mirando por la ventana a la gente que pasaba por allí, ya no llego al de las once; qué vergüenza, ¿y si me encuentra?, temblaba sentada en el suelo; ya no llego al bus de las doce, tampoco es tan malo, ayer lloró mientras suplicaba que le perdonara después de abofetearme, sollozaba tumbada en posición fetal –Tina no pudo contener la emoción y las lágrimas escaparon a su control. Ella no quería sentir nada, era mayor para reponerse, pero joven para morir, aunque, esto último lo deseara.
-Comprendo que en aquella época las mujeres tenían pocas opciones –dijo el doctor cuando ella estuvo más calmada.
-Ahora no ha mejorado mucho la situación. Con todos los progresos informáticos, científicos, tecnológicos y demás, no entiendo por qué los jueces o el resto de autoridades no ha logrado frenar esta barbarie en pleno siglo XXII, donde todos presumimos de tener derechos constitucionales y libertad de expresión, todos estamos en la onda si reciclamos o donamos dinero a ONGs y cuando en las noticias aparece otra mujer asesinada a manos de su pareja nos lamentamos antes de cambiar el canal. Yo misma negué mi condición de mujer maltratada. El problema es que aún hoy las mujeres siguen con miedo. Denuncian a sus agresores y qué pasa. Poco la verdad, muchas vuelven con ellos, porque ya tienen la personalidad minada. Las que siguen adelante viven con miedo el resto de sus días y mientras a ellos les regalan órdenes de alejamiento y estancias en la cárcel con todos los gastos pagados, pero permanecen al acecho, se limpian el culo con el papel firmado por el juez o traman su venganza durante esas vacaciones. Las mujeres siguen muriendo y siempre es la misma historia.
-Peor sería quedarse parados.
-Supongo. Yo nunca di el paso y quizá siga viva gracias a eso o tal vez hubiera salido bien, nunca lo sabré.
-¿Qué harías si fueras ahora veinte años más joven y él te siguiera maltratando?
-Huiría a Roma, Florencia, Venecia… los documentales de Italia son los que más me gustan –dijo con la ilusión brillando en sus ojos-. Pero siendo realistas creo que lo atiborraría a alcohol para que le matara una cirrosis.
-Menudo contraste de opiniones –dijo meditando en las palabras de Tina.
-Han acabado los quince minutos –dijo mirando su reloj de pulsera a la vez que se levantaba-. D. Anselmo, como no querrá escuchar más penurias…
-Nos vemos la semana que viene. Yo mismo te telefonearé para concretar la cita –intervino dejando a Tina boquiabierta. Extendió la receta y ella la cogió con recelo.
Se despidieron sin que Tina supiera cómo explicar al médico que no quería seguir con aquello y pensó que Anselmo lo olvidaría.
¿Cómo si no tuviera otra cosa mejor que hacer que escuchar las penurias de una cincuentona? –pensó Tina.


Continuará...


Nota: derechos de autor debidamente registrados.

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