Transcurrieron los días sin noticias del doctor. Tina sabía que ella no era ningún caso clínico que interesara a nadie. Trató de continuar con su vida con un ojo en el televisor, viendo documentales de lugares exóticos a los que ella nunca iría, y con el otro ojo suplicando al teléfono que sonara de una vez. Ring. Cuando lo hacía, el timbre trasformaba sus huesos en gelatina y el corazón sonaba como los tambores de las tribus africanas. Hizo una recapitulación mental de todas las personas que la habían llamado en esos días mientras se atusaba el pelo antes de contestar: a diario la telefoneaban para hacer una encuesta o venderla algo, y llamó su prima, Dora, que vivía en Madrid. Pero en esta ocasión el teléfono sonaba distinto.
-Diga.
-¿Está Tina Fernández? –preguntó una voz masculina.
-Soy yo, ¿de parte de quién?
-Hola Tina, soy Anselmo. Quería confirmar que tienes cita el lunes a las dos, ¿te viene bien?
-A esa hora salgo de trabajar, llegaré tarde –dijo en un último intento de escapar del psicoanálisis.
-Mejor, a esa hora seguro que todos los pacientes se han marchado y nadie nos interrumpirá.
-Genial –dijo ella, pero no sabía si dentro de ella esa palabra iba acompañada de un matiz irónico o no.
No supo por qué pero, la llamada y la preocupación del médico confortaron a Tina. Pidió cita en la peluquería donde cubrieron sus canas y le arreglaron las uñas. Lástima que con las arrugas no se pudiera hacer nada.
Ese lunes, antes de salir de la tienda, donde trabajaba, miró su reflejo en la puerta corredera de cristal. Aquel conjunto la favorecía y disimulaba su extrema delgadez. El nuevo peinado acentuaba su cara con forma de corazón y sus ojos marrones estaban encendidos de ilusión, pero el estómago se la encogió cuando pensó en todos los horrores que tendría que rememorar en breves minutos.
De camino a la consulta pensó que no valía la pena. Ella era un caso perdido desde el día que conoció a su marido. Paró y volvió a caminar. Por mucho que se peinara, vistiera con ropa nueva o maquillara nada podía ocultar las arrugas ni su edad, y mucho menos que por dentro estaba defectuosa como la Torre de Pisa que poco a poco acabaría por derrumbarse. Retrocedió varios pasos. Pensó en Italia. Ese año quería viajar allí, como todos los años desde que vio el primer documental de ese país, pero al final nunca compraba el billete de avión. Retomó el camino hacia la consulta, después de todo, si existían las segundas oportunidades, quizá, algún día la tocará a ella.
-Hoy te veo con mejor cara –advirtió Anselmo nada más verla.
-Gracias –dijo sintiendo el calor en sus mejillas y una presión en pecho que la impedía respirar.
-Siéntate, ¿estás más tranquila?
-No es fácil recordar y mucho menos ponerlo en palabras.
-Debes confiar en mí y ser sincera para que pueda ayudarte a encontrar una solución –dijo otra vez con el triángulo de sus manos apuntando a Tina-. Además, te expresas muy bien.
Ella asintió tratando de poner en orden las ideas y decidió contar lo que la atormentaría a corto plazo.Continuará...
Nota: derechos de autor debidamente registrados.
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