Anselmo estuvo fisgoneando todo lo que tenía Tina en el salón mientras ella preparaba la cafetera y las tazas, que se habían pasado de moda sin apenas usarlas.
-Estos de aquí son tus padres, ¿verdad? –dijo señalando uno de los retratos que estaban sobre la mesita del teléfono.
-Sí.
-¿Este es Gregorio? Me lo imaginaba parecido a un cromañón –dijo tocándose mentón y torciendo la cabeza.
-Es Manuel, mi hermano. No tengo fotos de Gregorio, al menos no las tengo visibles.
-Comprendo.
-¿El qué? –retó escéptica.
-Pues que ya tendrás bastante con recordarle cada día como para tener que verle sonriendo en un marco bonito, como si él no hubiera hecho nunca nada –razonó ojeando los libros.
A Tina la sorprendió las palabras de él, pues así es como pensaba ella.
-¿Quieres leche? –cambió de tema.
-Sí. Veo que te gustan las historias de amor tortuosas: Cumbres borrascosas, Como agua para chocolate, La casa de los espíritus, El amor en tiempos de cólera…
-Son las más reales, aunque algunas cosas sean imposibles como el amamantar a un bebe cuando no has sido madre o los espíritus acechando en una noche de tormenta.
-¿Hablas de tu propio fantasma? –preguntó entrando en la cocina.
-Supongo. Sé que no es real, pero está ahí –dijo llenando las tazas de café-. Vete al salón, ya llevo las cosas.
-Prefiero tomarme el café aquí –dijo Anselmo colocando el azucarero y las servilletas sobre la mesa.
-¿Este piso y los muebles son tuyos? –Preguntó mirando alrededor como si algo chirriara.
-Ahora sí. Lo heredé de mis padres –dijo Tina mientras dejaba las tazas con el café y una jarrita con la leche-. Fallecieron hace dos años y como mi hermano viaja tanto no lo quería, así que él se quedó con las tierras para venderlas y yo, como vivía aquí desde que enviudé, puse las escrituras a mi nombre. Tengo un sueldo que no da para mucho y no he podido comprar muebles o reformarlo, aunque tampoco recibo muchas visitas –dijo encogiéndose de hombros.
Tina sacó un plato con pastas y se sentó frente a Anselmo que volvía a juntar sus manos formando aquel triángulo. Por un instante, ella imaginó que bien podría ser el triángulo de las Bermudas y estaba ahí para hacerla desaparecer.
-¿Por qué te encierras en ti misma? ¿No tienes amigas?
-Ahora sí tengo amigas, pero cuando las veo prefiero hacerlo lejos de aquí. En este piso viví la peor experiencia de mi vida –Anselmo la miró intrigado sin despegar los labios. Tina bajó la mirada y dijo-. En una ocasión me quedé embarazada –la confesión hizo que Anselmo derramara un poco de leche cuando la estaba sirviendo.
-Perdona –dijo empapando la servilleta de papel.
-No pasa nada –dijo como si tal cosa.
-¿Qué pasó?
Continuará...
Nota: derechos de autor debidamente registrados.
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