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martes, 21 de junio de 2011

La casa del hayedo (Final)


Me levanté. La luz del alba entraba por todos los ventanillos disolviendo la oscuridad. Salí por donde había entrado. Miré alrededor, antes de levantarme entre la maleza, por si él me veía. Atravesé corriendo el prado y el hayedo. Regresé al pueblo casi sin detenerme.
Al girar la esquina de mi casa choqué contra un hombre. Me caí de espaldas.
-¡Teresa! –gritó Martín agachándose para ayudarme -. Jorge está preocupado, íbamos a buscarte. Estás herida –dijo tocándome la herida.
Gemí de dolor. Sus dedos se mancharon de sangre.
-He encontrado a Eneri –dije entre jadeos. Martín escudriñó en mis ojos-. Está en la casa del hayedo. Tiene la pierna rota y no puede moverse.
-¿Está viva? –se asombró.
-Sí.                         
-Tranquila, dime dónde está exactamente.
-En el sótano, debajo de la escalera. No se lo digas a Pablo. Su silbido, era su silbido –repetí una y otra vez.
Luego recuerdo que Jorge me acariciaba mientras un médico me atendía. Oía preguntas que no sabía responder. Caminaban alrededor y yo tenía una taza de caldo entre mis manos que no llegué a probar, sólo pude tomar un baño con agua caliente e irme a la cama, donde el sueño me venció.
Desperté más tarde, al oír la voz de Martín en el pasillo.
-Al parecer, Pablo inventaba todas esas historias para que nadie se acercase por allí y poder esconder su arsenal –podía escuchar la explicación de Martín desde mi cama-. Había levantado un muro en el sótano sin puerta, dejándolo igual que el resto de las paredes, para ocultar la habitación donde lo tenía todo. Accedía por un ventanillo cegado con un tablero. Recuerdo cuando me contó que había cubierto ese ventanillo para que no se cayese nadie.
-¿Qué guardaba allí? –quiso saber Pedro.
-Ha confesado que organizaba cacerías ilegales de animales protegidos, los disecaba y entregaba los trofeos al cazador. Allí lo guardaba todo.
-¿Por qué cuando se organizó la batida en la casa no se encontró a Eneri? –volvió a preguntar Jorge.
-Pablo organizó esa batida. Ninguno de los hombres que lo acompañaron quiso entrar –aclaró Martín.
Me levanté de un salto y salí al pasillo.
-¿Te encuentras mejor? Has estado toda la mañana delirando –dijo Pedro sujetando mi cara entre sus manos.
-¿Cómo está Eneri? –miré por encima de mi marido a Martín.
-Está muerta –musitó Pedro abrazándome.
-Debí buscar ayuda cuando la encontré, ahora estaría viva. 
-Teresa, eso es imposible. Eneri llevaba muerta desde su desaparición. Pablo ha confesado que la mató tan pronto ella descubrió sus manejos –aseguró Martín.
-¡Hablé con ella! –me zafé de los brazos que me retenían. Increpé a Martín golpeándolo en el pecho-. ¡Le tomé el pulso, oí su corazón, la arropé durante toda la noche…!

Nota: derechos de autor reservados.

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