-Llevábamos catorce años casados cuando supe que estaba embarazada. Al principio fue como si todos aquellos años no hubieran existido. Gregorio redujo la dosis de alcohol de forma considerable y me traía flores o bombones casi a diario. Era un milagro. Las discusiones, insultos y amenazas continuaron, además de bofetadas o castigos menos violentos, pero las palizas cesaron. Un día salimos a pasear. Yo estaba de siete meses y como pesaba cincuenta kilos parecía que me había tragado un balón, además los kilos que cogí me dejaron la cara con más lustre, por fin llenaba la ropa y hasta los sujetadores. Nos encontramos con un matrimonio que habían sido amigos nuestros, hasta que dejamos de relacionarnos porque ella se enteró que Gregorio me pegaba. La cuestión es que su marido hizo un comentario algo así como: el embarazo te sienta muy bien –Tina enmudeció y se perdió en algún punto entre ella y su taza de café-. Aquella noche fue la peor de mi vida. Empezó con sutiles sarcasmos, luego insinuó que si tanto me gustaba que otros alabaran mi aspecto debía cuidarlo más. Sacó el neceser del maquillaje, el cual sólo usaba para disimular los moratones, y empezó a maquillarme a la fuerza. Yo estaba inmovilizada entre los azulejos del baño y su brazo apretando mi cuello –la voz de Tina se estaba ahogando como si aquel brazo del pasado estuviera cercando su garganta-. En frente tenía el espejo. Apenas podía respirar. Me embadurnó la cara de maquillaje, pintó unos labios deformes de rojo carmín y puso dos pegotes de rímel en las pestañas que empezaron a chorear mezclados con las lágrimas. Yo tenía el aspecto de una puta emborronada, al menos eso dijo él. Apretó más el cuello. Debí perder el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo es que yo estaba de rodillas sobre el bidé. Él tenía agarradas mis muñecas en la espalda como si yo fuera una criminal –la cucharilla de Tina re piqueaba en la taza al compás del temblor de la mano. La soltó y escondió las manos bajo la mesa-. Me violó mientras recitaba palabras similares a zorra desagradecida. Le supliqué, entre contracciones, que me dejara por el bien del bebé. Dijo que si algo le pasaba era por mi culpa. Cuando terminó se fue a la cama con una botella de whisky. Yo pasé la noche en el salón retorciéndome de dolores porque él no quiso ir al hospital. No conduciré durante una hora para nada, ladró. Durante las horas más largas de mi vida pensé que si el bebé moría sería lo mejor. No deseaba que mi hijo viviera la misma pesadilla que yo. De paso podría morir yo con él. Por la mañana, antes de marcharse a trabajar, me dijo que fuera a visitar a mi madre. Seguro que ella te puede ayudar con estas cosas de mujeres, ya verás que no es nada, me dio un beso y se fue. Cuando llegué aquí, mi madre telefoneó a D. Severiano que llegó enseguida. El doctor dijo que estaba de parto y que era imposible llegar a tiempo al hospital. Lo malo no fueron los dolores, tampoco la certeza que pariría un bebé muerto, ni acunarle como si estuviera dormido. Lo peor fue que yo recé para naciera sin vida –Tina empezó a llorar cuando la voz se le quedó en un hilo.
-Nació muerto.
Ella asintió.
-Tú no tienes la culpa.
Sollozó con más fuerza a la vez que cubrió su rostro con las manos.
-Realmente es mejor que el bebé falleciera –trató de buscar las palabras que la consolaran, pero sabía que era en vano.
Tina negó con la cabeza. Quiso desaparecer. La vergüenza no la dejaba quitar las manos de su cara. Sintió que Anselmo la abrazaba y murmuraba una y otra vez: tranquila, ya pasó. Y se abandonó al llanto.Continuará...
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