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lunes, 4 de abril de 2011

Destino




-¿Qué me ha pasado? –preguntó Ramón al ver una luz cegadora que lo envolvía.
-Vas a morir –dijo una voz con una dulzura sin igual, pero no supo si era de hombre o mujer.
-¿Cómo? ¿Por qué? Si sólo tengo veinticinco años –tartamudeó sorprendido.
-Por la mañana irás acompañado por tu mejor amigo Rubén al bar para desayunar. Antes de llegar, en la calle Gaudí a la altura del número seis te cruzarás con un matrimonio que pasean con un bebé y un niño de tres años. Una teja caerá, sólo te dará a ti y morirás –explicó con parsimonia la voz.
La blancura dibujó la imagen del acontecimiento. Ramón se vio caminando con su amigo y al cruzarse con el matrimonio, que reía las gracias del niño mayor, a hombros de su padre, mientras la madre empujaba el carrito del bebé. De pronto algo le golpeó en la cabeza y cayó fulminado.
La claridad le volvió a cegar.
-Yo no quiero morir –lloriqueó.
-Ramón, valor. Sabemos que te espera un futuro en el que salvarás miles de vidas, no podemos perderte tan joven, te necesitamos en la tierra, pero para eso deberás tomar la decisión más dura de tu vida –dijo la voz sin variar la dulzura en su tono-. Elige quién morirá en tu lugar y te salvarás.
-¿Qué?
-Elige entre Rubén, uno de los niños o uno de los padres.
Ramón enmudeció. Estaba soñando lo sabía, aunque algo le decía que no debía tomarse aquel aviso a la ligera. Ante la imposibilidad de tomar una decisión y la certeza que encontraría otra manera de sobrevivir o que sólo eran alucinaciones suyas dio una respuesta.
-Moriré yo –dijo con voz ahogada.
-Si así lo quieres. Hasta pronto, Ramón –la voz se despidió sin variar el volumen o el timbre.
Ramón despertó cubierto de sudor. Lo sabía, era un sueño, se dijo respirando hondo.
En el portal de su casa le esperaba Rubén.
-Menudas ojeras tienes, ¿has tenido visita nocturna? –se mofó.
-Ojalá, he tenido una pesadilla horrible, pero no me apetece hablar de ello –dijo en tono cortante.
-Como si alguna vez te apeteciera contarme algo. Por cierto, tengo noticias de mi tío, el medico que está en Perú, me ha dicho que nos espera este verano para que le ayudemos en la clínica donde está de voluntario. No nos pagarán nada, pero tampoco tenemos que preocuparnos del alojamiento, comida o del viaje –la voz de Rubén se fue emocionando a medida que hablaba, pero Ramón estaba mudo, sumergido en sus pensamientos-. Tío, ¿me estás escuchando? Que nos vamos a ejercer la medicina a Perú, a salvar vidas, como siempre lo soñamos desde que empezamos a estudiar.
Al girar la siguiente esquina Ramón dudó. Estaban entrando en la calle Gaudí. ¿Y si no fue un sueño?, pensó. Se detuvo en seco con la mirada perdida. Sintió que la calle se estrechaba más y más.
-Vamos por la calle principal –dijo Ramón como si estuviera hipnotizado y dio media vuelta.
-¿Pero qué cojones te pasa? Has salido como un zombi que ni ve, ni escucha, ni siente. Y ahora quieres que vayamos por el camino más largo. Tardaremos el doble en llegar –protestó caminado detrás de él para que Ramón se detuviera, pero no lo hizo.
No voy a morir. Con no pasar por esa calle tengo el problema resuelto, meditó Ramón con decisión mientras miraba las cornisas de los edificios a su paso.
Rubén atajó a su amigo al comprender que esta debía de ser otra de sus excentricidades. Ramón es un genio y los genios son raros, qué voy a hacer, pensó Rubén malhumorado.
Al cabo de un rato Rubén retomó la conversación del viaje a Perú con renovada ilusión mientras su amigo miraba pasar las nubes, los pájaros o a saber el qué.
-Ramón –le llamó Rubén cuando vio que no se detenía en el bar-, que te pasas la salida –bromeó.
Ramón bajó la vista y volvió en sí. Giró para volver sobre sus pasos. Rubén le esperaba con la puerta abierta y una sonrisa burlona. Por detrás de Rubén apareció un hombre con un niño a monas. Ramón parpadeó queriendo despertar. Al lado vio a una mujer sonriendo y empujando el carro.
-Vamos tío, que no soy tu criado –dijo Rubén bufando.
Ramón quiso entrar corriendo al restaurante. Las piernas no le respondían. Se quedó a dos pasos de su amigo a la vez que el matrimonio se cruzó con ellos.
-Rubén, salva muchas vidas por mí. 

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